El nombre de la secuela de la película del Guasón favorito de los trastornados hace referencia precisamente al trastorno psicótico compartido. Esto, más que título de película, parece que quisiera hablarnos de locuras y malentendidos de una obra… incluso por parte del mismo autor.
La primera entrega del Joker, presentada en Venecia, y ganadora de premios de festivales de esos de alto pedorraje internacional, así como de premios de la misma Academia estadounidense, logró el ideal de muchos estudios: el refritear un personaje del que tienen licencia, y hacer que en general sea del agrado de fans y detractores, pero lo más importante, costar poco y generar más de los mil millones en taquilla, siendo en su momento la cinta más taquillera con clasificación para adultos. Con todo esto a su favor, la innecesaria secuela se empezó a planear y llega a hacernos cuestionarnos cosas como su audiencia y su propósito.
El Joker es uno de los personajes de ficción más interesantes y flexibles, y por lo mismo, su figura se presta a malinterpretaciones. En su primera entrega, la cual debe mucho a las referencias tomadas del cine de Scorsese, y logra resultados positivos al mostrarnos a una terrible víctima que nos habla sobre esa sociedad en la que vivimos en donde la violencia puede ser una nada aceptable válvula de escape. Desafortunadamente, esto hace que así como en las ficciones de Batman Beyond, en ese futuro ficticio animado, hubiera pandillas que “honraban” la memoria del Guasón, en este caso, gente común y corriente encuentran válido el idolatrar a un personaje con severos trastornos mentales.
Esta idolatría es lo que ocurre en esta segunda entrega, la cual se basa en hacer una revisión de la primera sin mucho que decir. Tenemos un juicio, en el cual se verá si al señor Arthur Fleck puede salir del asilo siquiátrico, pero en donde se busca mandarlo al patíbulo por las muertes que causó y la violencia que se alzó en su nombre. En lo que esto ocurre, conoce a una admiradora, una chica que entremezclando a la Marla de Fight Club, con guiños a la familia Manson, pero económicamente mejor acomodada, la cual es turista siquiátrica y tiene una fascinación por el payaso príncipe del crimen, y con quien entabla una relación que solo sirve para que ambos canten temas que no tienen que ver con la película.
Entre el título en francés y la incorporación del género musical, podría haber algo propositivo en la película, pero en el terreno práctico hay mucho desperdicio. Visualmente la cinta es impresionante y nadie va a negar las capacidades actorales de Joaquin Phoenix o Lady Gaga, en donde el primero medio mantiene el interés gracias a la cantidad de ceros que le agregaron a su paga si accedía a hacer una secuela en la que no tenía interés, y la segunda solo aparece para cantar sin aportar nada más.
Algo que a nivel personal me molesta en las cintas, es cuando vemos a los protagonistas fumando. No es porque yo no fume, sino porque es un recurso estético que se empezó a usar mucho desde los años 40’s porque agrega dramatismo a una escena en donde no pasa nada. ¿Tienes que soltar diálogos expositivos aburridos? Haz que tus personajes lo hagan mientras fuman, y eso le agregará una estética agradable. El Joker de Phoenix en toda la película se la pasa fumando o bailando, y es lo único que sabe hacer. Hueco pero visualmente atractivo.
Mientras que la primera entrega del Joker hacía un tributo a cineastas mejores, y le traía cierta seriedad al género de súper héroes, al enfocarse en el villano que erróneamente idolatran algunos, la secuela pretende hacer un comentario sobre la primera cinta, a través del juicio. El problema es que al hacer un cover de sí mismo, pretendiendo mostrar cómo la audiencia y los fans (como la Lee Quinzel de Lady Gaga) idolatran a la persona equivocada, y sus acciones deben tener consecuencias que te golpean duro como puñetazo en el estómago, pierde el punto y pierde la audiencia. Cosa fascinante de presenciar si tuviste oportunidad de estar en una función de preestreno para Fans, en donde llegaron personas ataviadas como el villano (malentendido como antihéroe) y donde ven una representación de patetismo y humillación en alguien que lejos de estar loco e inspirar revolución social, solo es admirado por enfermos mentales que lo usan como excusa para causar violencia.
Este punto es lo que hacía que la cinta pudiera ser interesante. Y tiene algunos buenos momentos. Desafortunadamente su narrativa baila para todos lados como su protagonista, y no termina concretando nada, por lo que el golpe final no cierra con el impacto adecuado. Esto puede deberse a que durante la función, me dormí en varios momentos, pero lo trágico es que al despertar, veía que no avanzaba nada la historia. ¿Fue en un número musical? No importa, porque es algo que solo pasa en la cabeza de uno de los personajes y no tiene impacto en la trama. ¿Fue en alguna parte del juicio? No importa porque al final el juicio es un circo que el mismo juez señala como pretendiendo justificar la ridiculez de un señor cosplayando de payaso para defender su locura.
Finalmente, la selección de los números musicales, los cuales funcionarán mejor en fragmentos en YouTube para la rocola de fiesta geek, es quizás su mayor aporte, deslindado de la historia, pero con estética que ilustra el potencial de una historia que no debió existir, y que esperemos no decidan hacer trilogía.
Para ver una mucho mejor historia, recomiendo The People’s Joker, la cual comento a detalle en The Dailies.