Shang-Chi y la Leyenda de los Diez Anillos

Shaun es un personaje tranquilo, con una vida en “modo de sobrevivencia”. Él y su amiga Katy trabajan de valet parking y tienen una rutina cómoda y sin muchas aspiraciones. De pronto, un grupo de malandros deciden atacar a Shaun para robarle un collar que le regaló su madre antes de morir. Como no se iba a dejar, saca al tigre (o al amo de las artes marciales) que lleva dentro y los confronta para sorpresa de su amiga, y es entonces cuando la verdadera naturaleza y el destino de Shaun, ahora conocido como Shang-Chi, se revela en otra historia de origen de Marvel.

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Shang-Chi es un caso peculiar. Un personaje surgido a inicios de los 70’s, que viene de la ola del “miren, artes marciales” que inundó Estados Unidos, y que se adelantó por un año al surgimiento de Iron Fist, siendo los dos máximos representantes de las patadas y trancazos en los cómics de Marvel. Su presentación en el cine parece venir de la necesidad de rascar en el fondo del barril para ver qué personajes llamarían la atención para la nueva etapa tras la gran saga de más de 20 episodios cinematográficos con los que se consolidó el estudio. Tras un estreno agridulce de Black Widow (una cinta que llega años tarde), establece algo que parece un inicio fresco para esta nueva etapa.

Desti Daniel Cretton llega a dirigir la cinta tras varias películas destacables, entre ellas la dura reflección de Just Mercy y la tremendamente emotiva The Glass Castle. El enfocarse en una cinta completamente comercial sería la gran puerta para las grandes ligas de alguien que ha demostrado su capacidad previamente. Su elección hecha por algoritmo (donde los Bobs de Disney le preguntan a Alexa qué director independiente asiático sería la mejor opción para evitar ser crucificados por apropiarse de culturas ajenas) es acertada ya que logra imprimir en un personaje desconocido características que lo vuelven cercano e interesante. Dramas familiares, la aceptación y redescubrimiento del ser, aderezado con el sentido del humor de Awkwafina (quien interpreta a Katy) y con el carisma y la tremenda capacidad actoral de Simu Liu (el mismísimo Shang-Chi).

En tiempos más sencillos, el crear al villano del momento para tu personaje estadounidense favorito era más sencillo. El cliché de la amenaza amarilla o la cortina comunista eran las mejores opciones ya que los nazis estaban pasando de moda y había que ser más inclusivos en la selección de amenazas. Uno de los villanos principales de Iron Man fue el Mandarín, quien literalmente era un hijo de una prostituta inglesa que vivía en una villa alejada en Mongolia. Por azares del destino se encuentra con los restos de una nave extraterrestre y adquiere diez pequeños cilindros que servían como fuente de energía del motor del vehículo estelar. Al ver que podía usarlos como sortija, se los pone y adquiere poderes, mientras que su mente era influenciada por espíritus cuya esencia se ubicaba en los ahora anillos.

La presentación del Mandarín en la primera cinta de Iron Man fue un guiño interesante, al mencionar la sociedad de los Diez Anillos (guiño, guiño) y eventualmente aparecería genialmente interpretado por Sir Ben Kingsley, aunque para apaciguar las hordas quejosas de los “nada me gusta”, se hizo un retcon sobre su personaje para que no fuera sino un farsante que curiosamente aparece en la entrega de Shang-Chi. Parte de su personalidad e historia se fusionan con la vida y obra de Zheng Zu, también conocido como Fu Manchu, quien es el padre de Shang-Chi y tenemos una figura antagonista digna de esta obra que bien podría llamarse “Daddy Issues: The Movie” (o Pedos con Papá: La Película).



En el manejo de ritmo, la cinta arranca fuerte y trae varias secuencias memorables en donde las artes marciales cobran importancia, pero conforme la cinta debe de explorar rincones más vastos y místicos (por que todo lo asiático ancestral debe ser místico, desde luego) se pierde en pro de meter efectos visuales, empalmes digitales y esas linduras que aman hacer en Disney y que le restan impacto a las acciones ejecutadas en pantalla, aunque se vean bonitas.

Mientras que esta cinta se muestra como una manera más acertada de iniciar la fase cuatro del universo cinematográfico de Marvel, enlazando a personajes secundarios con gran carisma como el mismo (Benedict) Wong (quien es el verdadero Hechicero Supremo y al parecer el único otro asiático en todo el universo Marvel) con la nueva generación y estableciendo una nueva amenaza que seguramente tomará trilogías o varias cintas para revelarse, la historia de Shang- Chi también ayuda a recordarnos que los modelos de negocios establecidos por ventanas de exhibición no surgieron de manera gratuita, y el tratar de tener todo en todos lados va en detrimento del negocio hollywoodense. Esto ocurrió con Black Widow y tras ver las consecuencias, esta cinta no se estrena como contenido premium en la plataforma del ratón, sino que busca acaparar pantallas y parece tener la calidad y aceptación esperada como se ve gracias a los resultados obtenidos en su primer fin de semana.

Más interesante que la cinta (la cual es satisfactoria, aunque si vamos a quejarnos, se le pueden cortar unos momentos, no faltara quien diga que los personajes femeninos necesitan ser más relevantes pero no pasa por que las frágiles masculinidades de los ejecutivos no lo permiten, o que no hay representación LGBT o qué se yo), es el movimiento que hace Marvel para tratar de apelar al sector asiático con este personaje, el cual si bien no cuenta con la trayectoria de otros más conocidos sacados del cómic, entra con el pie derecho (en forma de patada) para establecerse como algo interesante, a lo cual tristemente se llegó diez años después por que primero hay que satisfacer los intereses estadounidenses. ¿A qué se debe esta cambio de enfoque?

La taquilla mundial se mide primero con el resultado ingresado en el vecino del norte, y después los demás mercados. Sin embargo, China se ha establecido desde hace tiempo como el gran mercado a conquistar, así como el más cerrado y el que más limites pone con respecto al contenido que ingresa a su país. En tiempo de pandemia (e incluso sin ella) demostró que lo que una cinta Hollywoodense puede recaudar en todo el mundo no está tan lejos de lo que una película china puede obtener al estrenarse solo en su país de origen. Wǒ hé wǒ de zǔguó (Mi gente, mi país) recaudó 422 millones de dólares durante el 2020 mientras que Nǐ hǎo, Lǐ Huànyīng el (Hola Mamá) ha llegado a los 821 millones de dólares acumulados este año. Queda claro que el consumo local de entretenimiento es autosuficiente y gigantes como Tencent no tienen nada que envidiar a Disney, mientras que los estudios gringos necesitan entrar a ese mercado para poder crecer, cosa que no tienen fácil.



 
En un reporte hecho por Jennifer Park para Marketplace, se menciona como la relación entre Hollywood y China está llegando a un punto de distanciamiento. No solo son las revisiones de guión hechas por las autoridades asiáticas las que pueden definir si una cinta se estrena o no en el país, sino que los estadounidenses no querían jugar parejo con sus similares asiáticos. El primer gran experimento ocurrió con The Great Wall, cinta dirigida por Yimou Zhang y estelarizada por Matt Damon en donde se buscaba entrar con el pie derecho a una colaboración que al final demostró que los estadounidenses solo buscaban el dinero chino para seguir contando sus propias historias. El mismo Zhang quería hacer una cinta hollywoodense y no china. ¿Cuál es la diferencia? El atractivo del público internacional. Por su parte los productores al asociarse con la industria local dejaron muy en claro que no querían sus comentarios, solo sus audiencias y dinero, razón por la cual las coproducciones son muy raras, excepto en casos como las últimas entregas de Misión Imposible, en donde Ali Baba paga casi la mitad de la producción de la cinta.

Una de las mejores cintas que pude ver en tiempos recientes fue la de Los Ocho Cientos. Cinta épica en donde esa cantidad de soldados deben de defender una ciudad de la invasión ocurrida por parte de la armada japonesa. Es una de las cosas más espectaculares y bien contadas que he visto en mucho tiempo y demuestra que el gigante asiático no tiene nada que pedir a otras industrias del entretenimiento, pero además muestra una sensibilidad que no podremos encontrar en Hollywood y menos en Disney. Parte de la recepción tan tibia de obras como Raya y el Último Dragón tienen que ver con la idolatría y desconexión que hay entre las sensibilidades. El estadounidense sigue pensando más en el individualismo y no en el grupo, cosa que en Los Ochocientos se establece perfectamente y al final, aunque seas mexicano, quieres aplaudir y alabar a los grandes héroes de esa gran nación, cosa que es imposible de lograr con el patrioterismo gringo mejor ilustrado en el cine de Michael Bay. Las buenas intenciones se ven falsas y no son aceptadas por estas audiencias, que prefieren ver a Mamá Coco, su misticismo y relación familiar, que el redescubrimiento del ser en un viaje místico con dragones… Un momento, eso suena muy parecido a lo que ocurre con Shang-Chi.

Mientras que Shang-Chi se muestra como una cinta veraniega refrescante y agradable con una ejecución más que competente, su principal objetivo será difícil de lograr. Sigue siendo una cinta hollywoodense con un estelar asiático, pero sin ese juego de sensibilidades adecuado para el mercado, y que es la primera cinta de Marvel que no obtuvo aprobación para su distribución en China, lo cual le podría deparar un destino similar a cintas como Crazy Rich Asians de Jon M. Chu, la cual, aunque fue un éxito internacional, en China solo recaudó millón y medio de dólares. Esto no ofrece un panorama tan alentador, con todo y que rompió récords y tuvo un excelente estreno en fin de semana largo en Estados Unidos, y menos en un tiempo en que para que el blockbuster sea sostenible necesita la mayor cantidad de audiencia, no solo en Estados Unidos y en China, sino en todo el mundo.

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