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Hay un diálogo entre los personajes de Deckard y K que nos da un acercamiento al manejo que tiene la nueva entrega cinematográfica de la historia salida de los sueños con ovejas electrónicas. Deckard menciona que hace tiempo hacía el mismo trabajo que K y era bueno haciéndolo. A lo que el personaje interpretado por Ryan Gosling solo responde “las cosas eran más sencillas antes”
Dentro de la categoría de “secuelas que no deberían funcionar, pero sin embargo las vamos a hacer” entra la más reciente entrega del director canadiense Denis Villeneuve. Mientras que la crítica estadounidense la ama y el público en general a lo mucho la estima. ¿Por qué esta división tan marcada entre ambos sectores?
Phillip K. Dick es uno de los autores más influyentes en la cultura popular de finales del siglo pasado y su influencia queda hasta nuestros días. Siendo un escritor que actualmente es reverenciado como uno de los mejores, la realidad es que era mejor creador de conceptos que escritor per se. Leer The Man in the High Castle puede ocasionar dolores de cabeza y no precisamente por tramas complicadas sino por el estilo no tan pulido del autor, quien previo a esto era más conocido por sus cuentos. Con el tiempo y gracias precisamente a su influencia es que se le ha revalorado de mejor manera al reconocimiento que tuvo en vida y se le cuelgan moños que no merecía por la calidad de sus textos, sino por los conceptos que aportó en general.
La cinta más reciente de Denis Villeneuve cuenta con la ventaja que ofrece el tiempo en tecnología cinematográfica. La cinta original cuenta con el beneficio de la nostalgia y de que se colocó como película de culto de esas que todos alaban pero en realidad pocos han visto o recuerdan adecuadamente, y si la han visto, es más fácil que solo alaben el poderoso trabajo de imágenes que ha caracterizado al cine de Ridley Scott, olvidando que la trama es sencilla, directa y lenta, aunque narrada en menos de dos horas. El Tech Noir manejado por el director hace que el ya mencionado juego de imágenes sea atrapante y curiosamente sirve como pretexto para que una de las tantas versiones de la cinta original cuente con una narración en off, elemento característico del Film Noir del que se basa esta versión futurista.
En el caso de la cinta más reciente, tenemos una secuela que logra responder de una manera más acertada a la pregunta establecida por el título de la obra original. Gracias a esto es que se acerca a cuestionamientos existencialistas basados en los conceptos creados por Phillip K. Dick. Mientras que en la cinta original es el manejo de recuerdos lo que funge como el eje de la identidad en los seres artificiales, en la nueva entrega no es el manejo de lo que fue, sino de lo que será lo que define la personalidad e identidad del protagonista y aquellos como él.
Aprovechando la tecnología ahora presente es que el universo de Blade Runner se expande. Mientras que en la cinta original toda la historia pudo haber ocurrido en un espacio de cuatro cuadras, contando con planos cerrados en la mayoría de la historia, en esta nos encontramos con escenarios abiertos los cuales resultan todavía más desoladores. El futuro opaco y contaminado es más tangible y su alcance es terrible, especialmente por lo que parece ser el pasado reticente de la especie humana.
Dentro de esta desolación, incluso los seres artificiales buscan consuelo, el cual viene de otra sub especie. Mientras que los Replicantes surgieron como seres creados para el trabajo pesado, su desaparición y resurgimiento trae consigo otros dilemas. El tener animales vivos era un lujo y muestra de estatus, lo cual toca otro de los temas favoritos de Phillip K. Dick al hablar del valor de las cosas (particularmente con el anticuario de El Hombre en el Castillo), en donde se cuestiona si no es mayor el valor otorgado que el intrínseco de las cosas, o incluso las personas. Una especie es útil siempre y cuando sea funcional, y aquello que le ayude a seguir siéndolo también cuenta con un valor. Es aquí en donde tenemos a manera de oroboros el círculo de consumo en donde una herramienta útil como lo es un policía replicante hace uso de una inteligencia artificial holográfica para lograr un balance mental, y dicha inteligencia llega a hacer uso de una prostituta buscando un acercamiento más físico con su poseedor, mostrando una devoción que corresponde de esta manera al amor expresado por el mismo K. El cuestionamiento sobre la humanidad se va diluyendo cuando un objeto creado muestra más esta característica que aquellos biológicamente privilegiados con ese supuesto don.
De manera similar a Arrival, la excelente adaptación hecha previamente por el mismo director es que Blade Runner funciona para dejar al espectador con cuestionamientos. La herencia de Phillip K. Dick se respeta perfectamente con este aspecto, ilustrando conceptos que no son narrados de una manera más fácil y digerible para el espectador. No es porque sean complicados sino porque se toman el tiempo para hacerlo. Tiempo que puede lograr la exasperación del espectador el cual se cuestiona a si mismo no la razón de su existencia, sino la de la presencia de tomas largas, aunque hermosas que no avanzan de manera precisa la trama, olvidando que al igual que en la cinta original, el manejo es lento para ayudarnos a apreciar y explorar este mundo futurista que tenemos en pantalla.
El trabajo visual encabezado por Roger Deakins y editado por Joe Walker es mejor disfrutado de la misma manera en que se manifiestan distintos elementos publicitarios propios del mundo del 2049. Mientras más grande sea la pantalla, es mejor y si es en 3D, mejor aún, siendo de las pocas cintas que en realidad saben aprovechar el formato agregado en una conversión. Dicha conversión coordinada por Edward Andrews es impresionante y a diferencia de un comercial de Joi (la inteligencia holográfica de compañía para los forever alones del mañana) en donde vemos como una figura femenina desnuda sale de los espectaculares de los edificios, el manejo de planos de Deakins se enaltece con el trabajo en post producción creando una ventana en la que uno no solo se asoma sino se siente parte de este mundo, creando elementos desoladores como en la presencia de la explotación infantil en la pepena, momentos íntimos y cercanos como en la primer secuencia en una investigación que confronta al personaje de Gosling con el cada vez mejor luchador convertido en actor, Dave Bautista, o incluso momentos eléctricamente hermosos como cuando K comparte el exterior lluvioso con su fiel compañera, la Joi de Ana de Armas.
Quien creyó que el hacer una secuela de una película de culto sería un hitazo gracias a la calidad en el talento incluído, seguramente olvidó que el nombre de Blade Runner trae una maldición consigo, al menos en el terreno de la taquilla. Sin embargo, como historia y como película logra más que casi cualquier película estrenada este año gracias a que invita al espectador a reflexionar y soñar sobre distintos temas, de la misma manera en que el cinéfilo que prefiere las versiones clásicas puede atesorarlas y recordarlas mejor a cómo fueron en realidad. Interesante como es que una máquina industrializada encabezada como ejecutivos fríos en lugar de autores es la que apoya la creación de estos sueños proyectados en pantallas. Quizás sobre eso y más nos pueda hacer reflexionar esta entrega del universo de Blade Runner.
¿Y era en realidad más fácil hacer este trabajo antes, como menciona el personaje de K? La nostalgia nos hace revalorizar de mejor manera cualquier cosa que ya conocemos pero más que nada por el recuerdo de la esencia que por la ejecución misma. Mientras que Blade Runner 2049 no puede considerarse una obra superior a la original, está casi al paralelo al atacar de mejor manera varios de los temas planteados por el autor original. Desafortunadamente en la actualidad esperamos obras perfectas olvidando que, como en el trabajo mismo de Phillip K. Dick, él jamás fue un autor competente en todas las áreas, pero la creación de conceptos es su legado que se continuará explotando en distintas obras. Es así como debemos de replantearnos la valoración de distintas obras que si bien no cumplen con nuestras exigencias absolutas, eso no significa que sean completamente desechables. Si casos como esta cinta o la misma Baby Driver no funcionan plenamente como películas en el sentido estricto de la palabra, eso no significa que no sepan ilustrar manejos narrativos que aportan, sin importar si son meramente estilísticos o provocan divagues más profundos que lo que tratan propiamente en sus tramas.
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