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19 de mayo de 2013

Halley

Presentada en nuestro país en el pasado Festival Internacional de Cine de Morelia y habiendo tenido cabida en festivales como el de Sundance y Rotterdam es que finalmente llega a las pantallas comerciales Halley, película mexicana hecha solo para estómagos fuertes.


 

Alberto (Alberto Trujillo) padece una enfermedad que parece dejarlo muerto en vida. Se siente mal, sin ganas de nada, pero lo peor no es como se siente sino como está. Su cuerpo empieza a descomponerse, desde dentro, poco a poco. Mientras busca retirarse de su vida cotidiana como guardia en un gimnasio, empieza a establecer su primer relación significativa con Silvia (Luly Trueba), la gerente del mismo, con quien no había socializado a pesar del tiempo que han trabajado juntos.

Estando en el pasado festival de Morelia charlaba con Rebeca y Cristina acerca de lo visto en el mismo. Ellas habían tenido oportunidad de ver Halley en función de prensa mientras yo esperaba mi turno para verla en función de "prensa que no alcanzó lugar para la función de prensa y paga sus boletos ya que la organización del festival no los trata como prensa", mejor conocida como función de público general. Al preguntarles si valía la pena verla, me comentaban que era más importante preguntar si tendría estómago suficiente para aguantarla. De momento no entendí muy bien la pregunta hasta que vi en la cinta a lo que se referían.

Una de mis temáticas y críticas más comunes con el cine festivalero mexicano es el abuso de la narrativa contemplativa. Halley la usa pero en lugar de enfocarse en lugares o momentos, se enfoca en el ser humano per se. Planos largos, algunos en cámara lenta, con acercamientos microscópicos, en donde podemos ver el proceso degenerativo del cuerpo de Alberto.  Esto sirve para ilustrar como empieza la descomposición tanto física como mental del personaje. El planteamiento y recurso es relativamente sencillo pero al cambiar el enfoque, se logra algo refrescante. El cuerpo mismo como el escenario de la historia. Alrededor tenemos más elementos como la confrontación con la soledad, la preparación ante un futuro aparentemente inevitable, y la lucha por aferrarse, aun con los recursos mínimos, a la existencia. Todo ello forma parte de la existencia en descomposición de Alberto.

La historia en sí no nos maneja un drama desolador aunque ese sea el aparente recorrido del personaje. Más bien podría catalogarse como un terror cercano. No hay elementos sobrenaturales que hayan ocasionado el padecimiento, nada que ver con "maldiciones ancestrales". Debido quizás a la casualidad es que el mal se genera desde dentro y quiere acabar con el protagonista que se aferra a la vida, aunque no sea una vida precisamente envidiada. El cuerpo como el enemigo definitivo del que no puedes deshacerte sin terminar con tu existencia.




 De las cintas que estuvieron en competencia en el pasado Festival Internacional de Cine de Morelia, esta fue la que me dejó más satisfecho (la ganadora es No quiero dormir sola de Natalia Berinstain, sin embargo no es una película que recomiendo a cualquier persona.  El cine contemplativo festivalero tiene cierto tipo de público, pero no es lo mismo los planos largos que muestran la rutina citadina o los paisajes campiranos a ver le proceso de descomposición del cuerpo en tomas de precisión milimétrica. El acercamiento de cámara sirve para aproximarnos a ese proceso que ocurre de manera cotidiana, pero de manera más pausada, en nosotros mismos.  Al final el terror y el drama pueden incluir elementos incluso de humor, pero uno muy negro, justo como la vida misma.

Si pueden verla y tienen el estómago para aguantar el manejo visual mencionado, Halley los dejará muy satisfechos. Una historia sencilla, un manejo distinto y sí, la aplicación de uno que otro cliché, pero que en conjunto funcionan de manera efectiva. Una película de un muerto andante con quien llegas a empatizar en lugar de querer cortarle la cabeza.

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